domingo, 8 de febrero de 2015

RENE LAVAND HA MUERTO





Nos hemos paralizado en las miradas de unos a otros, con la boca que se abría sin separar los labios, e incapaces de palabras que pudieran con el silencio.
La noticia, comunicada a bocajarro, ha enterrado de inmediato los murmullos y el ruido de fondo. Nuestras caras, con la ingenua perplejidad del que se queda huérfano, expresaban un “y ahora, ¿qué?”.
Para quienes le conocíamos, René Lavand era mucho más que un mago. Era, fue, será por siempre el reflexivo domador de naipes que consiguió convencernos de que la magia es un arte. Exigente con los efectos, se elevó cuando se interesó por las almas. Tomó impulso en el asombro para transmitir las más intensas emociones. De la sorpresa supo saltar a la conmoción. Y de él aprendimos que solo revolviendo el interior de las personas, nuestro paso por sus vidas dejará algún recuerdo.
De su templado verbo escuchamos frases que luego hemos paladeado los magos de todo el Mundo: “¿para qué mirar los hilos de la marioneta?”; “el público sabe perdonar un error, pero nunca el aburrimiento”; “la misión del artista es convencer al mundo de la verdad de su mentira”; “profesor es el que enseña lo que sabe, pero el maestro marca rumbos”; y otras de elegante seductor veterano, como cuando en un juego hablaba de la Q de corazones, “ni una dama tiene pasado… ni un caballero memoria”. 
Hoy, el inevitable internet se conmociona con los comentarios de los magos más importantes del mundo, que lamentan su pérdida, con el mismo estupor que nosotros, como si ignoraran que hasta el más grandioso artista inmortal habita en un ser humano finito, y es víctima de la misma prosa que el más miserable. Nos queda el resignado consuelo de saber que el que merece ser inmortal, mediante la invocación, lo es. 
Quienes simplemente, y nada menos, tuvieron la suerte de verle en directo, le recordarán el resto de sus vidas como aquel argentino manco que les atrajo con sus imposibles juegos de cartomagia  para meterles la mano en el pecho, apretarles bien fuerte el corazón cerrando el puño, y agitarlo un buen rato, hasta dejarles limpios por dentro.
A los que, por último, jamás conocieron de René, les gustará saber que está considerado como uno de los mejores magos del mundo, que realizaba los más ambiciosos y  exigentes efectos con cartas, pero valiéndose de la mano izquierda, sola desde que perdió su pareja a los nueve años de edad. Les interesará que sea un caso extraordinario de superación personal, que le llevó a inventar desde cero y hasta su excelencia final, toda una técnica de manipulación particular y exclusiva que le permitiera desarrollar su magia con esa sola herramienta. Les gustará enterarse de que, como consecuencia de su esmerada destreza, acuñó el término “lentidigitación”, acompañada del ya célebre “no se puede hacer más lento”, y que se contrapone a la conocida acción de prestidigitar. Agradecerán que contribuyera con sus tres espaciadas participaciones en Magialdia, a colocar al festival en lo más alto de la magia internacional; y que nos dejara su éxito, su sabiduría, y una buena colección de recuerdos entrañables que siempre nos acompañarán en ese álbum de momentos imprescindibles que nos hacen sonreir. Y los primeros en aparecer: su amor por Vitoria, con la que tenía una sintonía especial, y por la que introdujo el vino en su espectáculo; su rendición a nuestro ritual gastronómico, con la curiosidad del que quiere descubrirlo todo; el regalo de su afecto sin condiciones; y el antiguo zortziko en euskera que nos pidió buscar, y que un anciano amigo vasco le cantaba en su argentino Tandil.  
¡Qué bien le vino René a Vitoria! Y qué bien Vitoria a René, que le volvió a conectar con Europa en 1996, en su primera visita a nuestra ciudad, y que dio lugar a una interminable colección de bises que ha durado años y alcanzado docenas de ciudades españolas. Sus 84 años nos habían acostumbrado a tenerle, y saber que, según sus mismas palabras, “hay personas que, por hacernos bien, son tan necesarias…”, nos lleva a preguntarnos, es inevitable, “y ahora, ¿qué?”-
Que encuentre la gloria que merece.
                                                                                                                                                                                                    
 Patxi Viribay (Ex Director de Magialdia)

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