sábado, 22 de abril de 2017

YELLOW KID WEIL - 2ª PARTE

AVENTURAS TEMPRANAS EN SUBTERFUGIOS


Nací cerca de las calles Harrison y Clark en Chicago, el hijo del señor y la señora Otto Weil, quienes tenían una cierta reputación, gente muy trabajadora. Ellos trabajaban en un colmado el cual mantenían modestamente. Yo fui enviado a la escuela pública que está en la calle Harrison y la Tercera Avenida. Yo puedo decir sin rubor, que fui un alumno brillante, muy eficiente en todos mis estudios y particularmente bueno en matemáticas.

Después de las clases, ayudaba a mi madre en la tienda, aunque algunas veces yo me escaqueaba y me iba a las carreras de caballos. Las carreras de caballos tenían un fuerte atractivo para mi, especialmente cuando apostaba. Pero mis amigos no me permitían tener dinero para apostar con los caballos.

Cuando tenía 17 años, dejé la escuela y me fui a trabajar. Durante 2 años trabajé como coleccionista. El salario no era muy grande, pero no significaba que no hubiera satisfecho mis deseos. No obstante, pronto descubrí que, por el uso de mis conocimientos, podía obtener más por este lado que con mi salario habitual. Había otros coleccionistas, cajeros y contables. Si había alguna cosa en el lote, yo no se los recordaba. Cada uno fue valorado por el dinero que manejaba. Los contables se suponía que registraban todo lo que los coleccionistas llevaban. Rápidamente descubrí lo mucho a lo que había llegado mi habilidad.

Los coleccionistas no se fijaban en todo lo que coleccionaban, los cajeros tampoco tenían constancia al detalle de cada colección, y los contables no registraban todo hasta que finalmente lo conseguían. Por varias circunstancias, trataban de incubrir sus especulaciones.

Yo era sencillamente un amigo joven, pero tenía un ojo de tiburón y una gran agudeza. Cuando yo les mencioné a mis amigos empleados que estaba al tanto de sus "pecaditos", ellos se pusieron manos a la obra, sin demasiadas urgencias, para contribuir con pequeñas sumas y que yo guardara sus secretos. Está todo dicho, esas cantidades recaudadas considerablemente eran más de lo que yo nunca hubiera cobrado con mi salario.

Durante esa temporada, conocí a una chica hermosa. Yo la recordaba con regularidad y, antes de que se hiciera demasiado tarde, nos casamos rápidamente.

Un día la llevé para que conociera a mis compañeros. Mi madre le dio un vistazo por encima y le dio su aprobación. Ella me dijo hablándome a parte:

"Joe", mi madre me hizo una observación. "Es una chica preciosa. Pero es una chica para un hombre rico. Ella no debería ser la esposa de un hombre pobre". 

"Pero yo no voy a ser un hombre pobre", le contesté. "Le voy a dar todo lo que ella quiera". 

Habiendo visto mis padres mis esfuerzos por nuestra existencia, mi madre que se levantaba a las cinco de la mañana para abrir la tienda, entendí que esa no era una vida para mí. Yo había visto mucho más dinero que el que se hacía fabricando salchichas de una manera honesta.

En mis viajes a través de la ciudad como coleccionista, yo había tenido un cliente que me había interesado muchísimo. En otros momentos lo había visto en las carreras de caballos y en los salones.

Doc Meriwether siempre pareció tener una inagotable cantidad de dinero, una gran parte de la cual él gastaba en las carreras de caballos. Un día nos fuimos a tomar una jarra de cerveza.

"Joe", dijo. "Tú eres un maravilloso amigo y joven. ¿Estás ganando mucho en el trabajo de coleccionista?".

"No mucho", admití a él y le dije la cantidad.

"No es suficiente. ¿Cuánto quieres por trabajar conmigo?"

"Me gustaría", le contesté. 

"¿Pero que es lo que yo puedo hacer por ti?".

"Encantado", declaró. 

"Yo te pagaré tres veces lo que estas haciendo ahora".

Me explicó su proposición en detalle. No necesité mucho tiempo para tomar una decisión. Al final del mes, dejé mi trabajo y me fui con Doc Meriwether.

Doc Meriwether era uno de los caracteres más pintorescos en el Oeste Medio. Era alto, con buenas espaldas y buena planta. El lucía una barba tipo Van Dyke y unas bonitas gafas. Generalmente se vestía de negro, pantalones negros y chaqueta negra de franela e incluso a veces de frac. El tenía una capa negra que le cubría la mitad de la parte frontal de su camisa.

Fuera del lado oeste de Chicago, Doc Meriwether tenía una plantación donde el manufacturaba el Elixir de Meriwether, bueno para las enfermedades del hombre y de los animales. Se ganaba bien la vida y tenía buena cura de no malgastar esfuerzos. El Elixir de Meriwether era vendido en altas botellas de 32 onzas. Era un líquido oscuro con un gusto placentero. Doc vio que eso le daba un poco del sabor correcto. El había dejado la mayoría de sus embotellamientos y manufacturaciones a su esposa, una bonita y placentera cara de una mujer industrial. Ella sintió que él le había hecho compartir el trabajo cuando el había maquillado la fórmula.

No recuerdo el recipiente ahora. Pero el ingrediente principal era agua de lluvia, cogida y almacenada en grandes cisternas de la factoría y casa de Doc. Esta agua de lluvia era drenada fuera de unos barriles a temperatura ambiente y dentro de estos, la señora Meriwether lo mezclaba con otros ingredientes.

....CONTINUARÁ...